La Sichuan tibetana: viaje al antiguo reino de Kham

En este artículo describiré mi viaje a la parte tibetana de Sichuan.

Este es el itinerario, si lo prefieres, puedes “saltar” directamente a la parte del artículo que más te interese:

Oculto entre los picos siempre nevados de las montañas de Hengduan, 横断, parece que nadie recuerda el antiguo reino de los Khampa.

El viejo reino se extendía desde la parte occidental de Sichuan, la ciudad de Kangding, 康定, hasta el comienzo de la actual región autónoma del Tíbet, y de la parte sur de la región de Qinghai al norte de Yunnan.

Las diversas invasiones de las hordas mongoles y la escalada de conflictos entre el reino tibetano y las dinastías Ming y Qing redujeron y modificaron los límites del antiguo reino de Kham, pero no las costumbres de su gente. Los rostros de los Kham, clasificados por el gobierno chino como un subgrupo de la minoría tibetana, pertenecen a otra época, oscuros por el sol abrasador que brilla a más de tres mil metros.

Sus rostros crean un hermoso contraste con el rubor de sus mejillas expuestas al frío viento del Himalaya. El verde de las interminables praderas de la meseta está salpicado de pastos de grandes yaks que dan un toque de negro al paisaje.

El olor a mantequilla y estofado de yak advierte al viajero que ha llegado al fin cerca de una ciudad y, al estar cerca del Tíbet, no faltan las hermosas gompa (en tibetano significa «templo») y estupas blancas, en torno a las cuales viejos y jóvenes tibetanos dan vueltas como signo de gratitud a las deidades.

Supe por primera vez de la región de los Khampa un día de primavera, al preguntarme cuál sería mi próximo destino de viaje en China. Hablé con algunas personas, llamé por teléfono a un amigo mío que ha vivido en China durante años y reservamos. Éramos tres, dos chicos y una chica, un número perfecto.

Fuimos en avión desde Chongqing a Kangding. El vuelo de Sichuan Airlines dura solo una hora. Encontramos el billete a 200 Yuan (25 euros) y, considerando que disponíamos de una sola semana para nuestro viaje, ya nos las arreglaríamos a la vuelta.

Así que partimos. Tras una hora de vuelo, aterrizamos en uno de los aeropuertos más altos del mundo, a 3.500 metros. La pequeña y única pista del aeropuerto está rodeada de montañas y parece haberse construido el día anterior, quizás porque el aeropuerto de Kangding solo abre de abril a septiembre.

En cuanto salimos del aeropuerto, fuimos recibidos por muchos tibetanos, listos para vendernos un viaje a la ciudad de Kangding, que está a mil metros más abajo del aeropuerto, y a una hora en automóvil. Elegimos tomar el autobús, más barato que el coche (35 Yuan), y tras una hora de curvas y aire limpio a través de las ventanas, llegamos a Kangding.

Primer día: Kangding/Litang

La ciudad de Kangding es muy colorida, con pequeñas casas de madera bien decoradas que podrían hacerte pensar que estás en un pequeño pueblo suizo.

Caminando por las estrechas calles de la ciudad, nos distrajimos observando los rostros de las personas. La ciudad fue el origen de los Khampa y sus calles son un crisol perfecto entre los grupos étnicos Han (chinos) y Zang (tibetanos). Tras perdernos en los callejones del casco antiguo, nos acercamos a la plaza principal para buscar un conductor que pudiera llevarnos a Dege, 德格, una ciudad a 30 kilómetros de la frontera con el Tíbet y a tres o cuatro días en coche.

A primera hora de la tarde, encontramos al fin al guía que buscábamos, Lao Song (el viejo Song), un tibetano que habla mandarín y que nos guiaría con su Suv de Dongfeng en nuestro viaje.

Íbamos a entrar en uno de los lugares más misteriosos y fascinantes: el Tíbet, y aunque el mapa nos dijera que comienza un poco más hacia el Oeste, en nuestro corazón no había diferencia.

Lao Song nos habló de los lamas y monjas tibetanas (觉母, juemu). Le preguntamos por qué a los tibetanos les gustan tanto estas pequeñas banderas de colores dispersas por todo el lugar (经幡, jingfan); respondió que son para desear ventura a quienes recorren estas calles tan tortuosas y poco hospitalarias y a los que se aventuran a alcanzar las cimas de estas altas montañas.

Tras unas seis horas de viaje y de haber cruzado las ciudades de Xinduqiao, 新都桥, y Yajiang, 雅江, esta última famosa por ser la patria de las carísimas setas matsutake (松茸, songrong), adoradas en Japón, llegamos a Litang, 理塘.

Eran las diez de la noche y Litang parecía desierta. Se nos presentó un gran problema. Como en cualquier región remota de China no hay muchos hoteles que acepten a extranjeros. Nos rechazaron en dos hoteles, y conseguimos encontrar en un hostal dirigido por unos señores que, al haber vivido durante mucho tiempo en la India, hablaban un excelente inglés.

Lao Song fue a la habitación, y empleamos nuestras últimas energías en buscar algo para comer. Con un poco de suerte encontramos un pequeño restaurante tibetano aún abierto, donde probar la tierna carne de yak.

Segundo día: Litang/Ganzi

Los 4.000 metros de Litang se notaban por la mañana temprano. Sabíamos que la altitud nos traería problemas. Y, para compensar la falta de oxígeno, compré en una farmacia de Chongqing algunas tabletas de Rhodiola Rosea (红景天,, hongjingtian), una planta tibetana beneficiosa para quienes no están acostumbrados a vivir a grandes alturas. Así que nos despertamos con la primera luz del alba.

Descubrí que nuestro hostal estaba lleno de ciclistas dispuestos a iniciar su viaje hacia Lhasa, les deseé buen viaje y salimos juntos del hostal a las seis y media de la mañana, con un gran dolor de cabeza y un sobrecito de Oki en el bolsillo de la chaqueta.

Aunque Litang es una ciudad aparentemente anónima, me pareció fascinante, pues se encuentra en una meseta y está rodeada de hermosas montañas.

Me di cuenta de que había llegado a un lugar bastante remoto cuando, sentados en una pequeña tienda comiendo tortitas y mantequilla de yak, algunos tibetanos se me acercaron. Comenzamos a hablar en chino. Algunos sabían palabras en mandarín, pero otros se limitaban a mirarme, intrigados por mi forma de comer con los palillos las tortitas tibetanas.

Me preguntaron dónde había aprendido «la lengua de Chengdu». Eso me hizo pensar cuántos de ellos ni siquiera saben lo que es el chino: para ellos existe el Khampa y el Chengdu.

Nos dirigimos en coche a la gompa Erlang, 二郎寺, el templo más importante de Litang, que se encuentra en una de las montañas que rodean la ciudad. Tras una visita al templo, paramos en la pradera interminable a las afueras de la ciudad donde, además de numerosos pastos de yak, vimos grandes tiendas de campaña dispersas por toda la zona, similares a las yurtas de Mongolia.

Lao Song nos explicó por qué hay tantas tiendas. En agosto, la pradera se llena de gente, pues es el mes de la saima, 赛马, competiciones entre caballos similares a nuestro palio, en las que los espectadores, que vienen de toda la región, duermen en estas grandes tiendas.

Partimos en dirección a Ganzi, donde planeábamos llegar antes de la cena. El camino era impresionante, con continuas subidas y bajadas, pasando por pequeños cañones, pastos de yaks, gompas y pequeños ríos. A lo largo de uno de estos riachuelos, hicimos nuestra primera parada, intrigados por los gritos de un grupo de tibetanos a lo largo del lecho del río que observaban detenidamente el musgo formado en las rocas.

Los hombres tibetanos trataban de encender fuego, y las mujeres buscaban una seta llamada Cordyceps sinensis (虫草, chongcao). Nunca había oído hablar de esa seta, que al parecer solo crece en la meseta tibetana. Es muy rara y si se hierve en agua caliente tiene numerosos efectos beneficiosos: mejora la función cardíaca, la calidad del sueño, aumenta la energía y también es un afrodisíaco. Una seta de tamaño muy pequeño, como una brizna de hierba, cuesta 50 Yuan. Nos limitamos a observar, pues Lao Song nos dijo que podíamos encontrarla a mejor precio.

Partimos de nuevo con la esperanza de llegar a almorzar a Xinlong, 新龙, una ciudad a medio camino entre Litang y Ganzi. Pero el viaje es largo y, no habiendo encontrado nada para comer, Lao Song nos aconsejó detenernos en el lago Tsoka, donde seguramente encontraríamos algo.

El lago se encuentra a 4.000 metros de altura y en su interior se refleja el enorme templo homónimo, Tsoka gompa. Hicimos una breve pausa para almorzar y paseamos por el lago antes de que empezara a llover. Nos dirigimos entonces a Ganzi, donde llegamos poco antes del atardecer.

De las ciudades que vimos durante nuestro viaje, Ganzi fue la más anónima, pues parece más una ciudad china debido a los edificios que son casi todos iguales. El Gobierno de Beijing llama a la región de Khampa “Prefectura Autónoma Tibetana de Ganzi, 甘孜藏族自治州”

Para recordar a los ciudadanos que el gobierno central no ha olvidado esta parte de China tan lejana, en la entrada de la ciudad hay dos impresionantes estatuas de un lama tibetano y un funcionario comunista que se felicitan mutuamente.

Tercer día: Ganzi/Dege

A las ocho de la mañana estábamos listos para partir. La ruta 317 (317道), que nos llevaría a Dege, es larga y, como queríamos llegar por la tarde, no tuvimos otra alternativa que salir temprano.

La primera gompa (o templo) que visitamos es Gelu, 格露寺, que se encuentra en una colina. Buena parte de la misma se encuentra en proceso de renovación, pero disfrutamos de unas excelentes vistas del valle en las laderas de la colina, donde abundan las banderas tibetanas.

Antes de abandonar el templo, caminamos alrededor de una gran estupa e intercambiamos algunas conversaciones en inglés con monjes tibetanos. El tibetano no es un idioma tonal y, según los monjes, le resulta más fácil aprender inglés que chino.

Continuamos por la 317. La carretera está asfaltada y en excelentes condiciones. Al viajar a una altura de 4.000 metros, hay pocas subidas y bajadas. La segunda gompa que visitamos fue Dajinsi, 大金寺, que literalmente significa “Gran Templo Dorado”.

No es casualidad que los techos de los diversos edificios en este complejo de templos, que más que una gompa parece un pequeño pueblo, sean completamente dorados. Algunos estudiantes recitaban sutras, mujeres y hombres cuidaban los jardines y los ancianos estaban sentados a la sombra de grandes árboles.

Al salir de los muros del templo nos perdimos en un enorme valle. En la distancia observamos algunos pueblos pequeños, cada uno con su gompa de techos dorados. Tratamos de alcanzarlos pero nos dimos cuenta de que, después de media hora de caminata, aún estaban a mucha distancia.

Al terminar la visita al templo, nos pusimos de nuevo en marcha y planificamos la siguiente parada en Malaganga, un pequeño pueblo con una hermosa gompa, pero como ocurrió a menudo durante el viaje, nos saltamos lo planificado para detenernos en un hermoso templo, el Tashi Triling Retreat Center 扎西持林, uno de los descubrimientos más hermosos de este viaje.

Subimos al coche en la colina donde estaba la gompa y tratamos de entender qué había más allá de la gran puerta que nos separaba de lo que parecía más un viaje que un templo. Una joven monja vino a abrirnos y nos recibió en el patio. Con rostro alegre, la joven nos contó que había estudiado inglés y alemán en la Universidad de Idiomas de Xi’an, antes de dedicarse a la vida monástica y mudarse allí.

El templo principal del complejo de Tashi es muy grande. Tras él se alza un imponente pico y frente a nosotros había una vista impresionante del valle, una de las más hermosas observadas hasta ahora. La joven monja nos dijo que el templo estaba cerrado, que todos los monjes estaban ocupados organizando la ceremonia de inauguración de una fiesta que comenzaba el mismo día, la ceremonia Amitabha Dharma en Saka Dawa, una de las ceremonias budistas más importantes de la zona.

Continuó diciéndonos que podíamos participar en la ceremonia, y si queríamos hacer un breve peregrinaje por la montaña detrás del templo, nos bastaría con seguir a los otros fieles para encontrar el camino.

Le dijimos a Lao Song que nos reuniríamos en el valle donde se celebraba la ceremonia y comenzó nuestro primer peregrinaje tibetano. Buscamos el camino siguiendo a otros monjes, pero al haber suficiente tiempo disponible antes de la ceremonia, nos preguntaron si queríamos almorzar con ellos.

El almuerzo era estrictamente vegetariano y comimos los hombres por un lado y las mujeres por otro. No éramos los únicos laicos, pues muchas personas nos contaron que habían ido al templo a estudiar los sutras y las técnicas de meditación.

Una señora de Shanghai, que actualmente vive en Nueva York, me regaló un libro escrito por un monje de la gompa de Tashi que había sido traducido al inglés. Casualmente, después de recibir el libro, conocí a una monja joven que acudía a la ceremonia con sus Rayban y sus auriculares Apple.

La monja me dijo que fue ella quien tradujo el libro que tenía en la mano, y que ella misma había llegado hace poco al templo tras asistir a la universidad en Manchester. Me indicó cómo llegar al camino, aunque ella vería la ceremonia en directo desde su smartphone y con sus auriculares bluetooth, pues me confesó que es demasiado vaga para recorrer el camino.

La observé, preguntándome cómo antiguas filosofías como el budismo podían convivir con la modernidad de los auriculares y el teléfono móvil de la chica, sus costumbres occidentales y su baja propensión a la peregrinación. El budismo es, en última instancia, una filosofía centrada en el análisis interno del hombre, y no en el sacrificio físico y en las prácticas de renuncia capaces de garantizar la salvación futura.

Me reuní con mis compañeros de viaje y avanzamos hacia la ceremonia. Comenzó nuestro peregrinaje por la montaña con otros fieles. A menudo se detenían en la hierba con los ojos cerrados y la pulsera de cuentas apretada en las manos, o para dar la vuelta a las estupas que encontrábamos en el camino.

Por respeto a sus creencias no nos sentamos ni nos quedamos cerca de las estupas. Nos limitamos a mirarlos admirados y caminamos directamente hacia el valle.

Empezó a llover y nos resguardamos bajo una de las muchas sombrillas antes de buscar el coche de Lao Song y partir hacia Dege.

Pasamos por Malaganga y el lago Xinluhai, 新路海, antes de llegar a Dege, una ciudad que representa la frontera oriental de la actual región de los Khampa, a 30 kilómetros de la ciudad de Changdu, 昌都, donde comienza el Tíbet. La pequeña ciudad de Dege es famosa por la Gompa Yinjingyuan, 印经院, que, junto con el potala de Lhasa y el monasterio de Labrang en Gansu se considera uno de los tres templos tibetanos más importantes.

Cuarto día: Dege/Luhuo

Teníamos dos días para llegar a Tagong, 塔公. Luego, sin Lao Song, regresaríamos a Kangding. Pero primero había que ver la gompa de Yinjingyuan y el lago Xinluhai.

La visita a Yinjingyuan requería mucho tiempo, ya que además de ser un lugar religioso, también es una biblioteca y el lugar perfecto para conocer a algunos “santones” tibetanos. En el primer piso hay servicios religiosos, en el segundo los monjes y laicos se dedican a copiar los sutras budistas, que se pueden consultar en las bibliotecas de las salas posteriores.

Sus técnicas de copia consisten en colocar una delgada tira de papel de arroz en una losa de piedra ya rociada con tinta negra donde se escriben los textos budistas de religión, historia, astronomía y filosofía más importantes. Desde la terraza del templo se puede disfrutar de una excelente vista del casco antiguo de Dege. Allí también hay pequeñas habitaciones en las que los monjes tibetanos bendicen cualquier objeto que se deposite en sus manos.

Comenzó a llover, y en un momento el terreno se embarró por completo. Salimos en dirección a Malaganga para almorzar y decidir el camino de regreso a Tagong.

La taberna regentada por dos señores ancianos de Chengdu que domina la carretera de Malaganga era el lugar perfecto para tomar una buena sopa mientras mirábamos el mapa para averiguar qué camino tomar. No teníamos otra opción que volver a pasar por Ganzi, pero esta vez, en lugar de ir al sur hacia Litang, continuaríamos por la Ruta 317, que luego se convierte en la 319, hacia Luhuo, 炉霍, y luego bajaíamos al día siguiente hasta Tagong.

Quinto día: Luhuo/Daofu/Tagong

Luhuo, 炉霍, no es una ciudad con suerte, pues ha sufrido terremotos e incendios continuos, el último en 2017. La ciudad está asentada en un lugar que sus habitantes consideran maldito.

El terremoto de 1973 y el incendio de 2010 decretaron el fin de la antigua ciudad de Luhuo, reduciendo a la mitad la población. Como resultado de estas dos catástrofes, la apariencia de la ciudad se vio afectada, casi todas las antiguas casas de madera construidas en las colinas se incendiaron y las pocas restantes están a punto de ser reemplazadas por bloques de hormigón.

Pasamos la mañana caminando entre el caos de las obras, donde a pesar de todo no faltaban los rostros interesantes de los malgari tibetanos que con el rebaño y los caballos seguían orando por las calles de la ciudad. En la parte superior de la ciudad, disfrutamos de excelentes vistas de la meseta, la parte nueva de la ciudad y los bosques interminables de alerces, comprendiendo lo temible que podía ser un incendio en la zona.

Tras la breve caminata matutina por las viejas calles de Luhuo, estábamos listos para partir hacia Tagong, 塔工. Seguimos bajando, al igual que el día anterior, con mucho cansancio y ganas de llegar a Tagong no demasiado tarde, pues durante el trayecto no había muchas paradas programadas.

Solo quedaba una marcada en nuestro cuaderno, Daofu: la ciudad del Dalai Lama.

Aunque el Dalai Lama nació en una pequeña ciudad de mayoría tibetana en la provincia de Qinghai, es en Daofu donde estudió y se acercó a la vida monástica. Por esa razón se considera la ciudad del último Dalai Lama.

Habíamos descendido mucho y lo notábamos por el sol abrasador de mediados de junio que, a diferencia de otros días, era mucho más similar al de Chongqing. A primera vista, la ciudad parecía muy moderna y no muy interesante, pero solo había que alejarse de la carretera principal, subir y perderse entre las pequeñas casas y patios del casco antiguo para cambiar de opinión.

Entramos en el centro religioso de la ciudad. Había muchos templos que se sucedían uno tras otro, y me impactó que hubiera fotos del Dalai Lama, algo que nunca había visto durante el viaje.

Caminamos de templo en templo hasta que un monje se nos acercó. El viejo lama tenía un rostro sereno y sonriente y parecía que nuestra presencia había interrumpido su momento de ocio jugando con el perrito que lo seguía allá donde iba.

Nos acompañó al templo. No hablaba bien chino pero podíamos entendernos, aunque lo que nos mostró necesitaba poca explicación. Abrió una enorme puerta de madera y nos mostró el interior, que una vez fue el alojamiento del Dalai Lama. Según el monje todo había quedado como estaba cuando el catorceavo Dalai Lama vivió allí, incluso el baño.

Salimos de la sala con incredulidad, seguimos haciendo preguntas, pero la brecha lingüística no ayudaba. Afortunadamente, vino un monje más joven que hablaba un excelente mandarín y continuamos nuestra conversación con él. Una foto captó mi atención, la miré bien y supuse que era el Panchen Lama.

El Panchen Lama fue durante mucho tiempo el segundo del Dalai Lama. Uso el verbo en pasado porque el pobre Panchen Lama fue invitado a Beijing en los años 70 y no regresó al Tíbet. Nadie sabe lo que sucedió, hay quienes creen que está muerto o que sigue en prisión. Los tibetanos no han proclamado a nadie más y creen que fue el último. Hablé con el monje y se sorprendió. Quizás no imaginaba que pudiéramos saber la historia al ser extranjeros.

Nos pidió que dejáramos la cámara y los móviles en una mesa y lo siguiéramos, quitó un gran candado de una puerta de madera y nos dijo que podíamos entrar. La habitación y los muebles eran casi idénticos a los de la habitación del Dalai Lama, con la diferencia de que esta era la habitación del Panchen Lama.

Tras la visita, dejamos el templo muy satisfechos, meditando sobre lo que acabamos de ver, los secretos de dos personajes misteriosos escondidos en un lugar increíble.

Nos pusimos en marcha para llegar a Tagong. Las dos últimas etapas del viaje serían la inmensa pradera de Longdeng, 龙灯草原, y una visita rápida a la gompa Huiyuan en la ciudad de Baima, 白马.

Llegamos a Tagong en torno a las seis de la tarde. A 2800 metros sobre el nivel del mar, esta pequeña ciudad se extiende a lo largo de un valle que recuerda mucho a los paisajes montañosos de los Alpes.

Nos despedimos de Lao Song, que regresaría a Kangding y se instalaría en el hostal Himalayak en la plaza central de la ciudad.

Me pareció haber vuelto de repente a la realidad. Las tiendas, la comida y los rostros de las personas en Tagong eran muy diferentes a los que habíamos visto en nuestro viaje. En la plaza central había muchos occidentales paseando, los primeros que veía desde que estaba en Kham.

Photo Credits: Creative Commons License Monastery – Kangding, Sichuan by Axel Drainville

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