El Palcio Potala visto del Templo Jokhang
Apenas llegué a Lhasa, una de las pocas cosas en que podía pensar era que necesitaba una ducha. De esas largas. Llegamos en tren y habían pasado ya dos días desde la última vez que me había lavado.
Aparte de eso, me sentí satisfecho. Uno de los regalos más bonitos que me hicieron de niño fue un globo del mundo. De acuerdo Tore, podrían haber invertido en uno mapa del mundo mejor. Pero aunque el mío era plástico adoraba mirarlo, aprenderme de memoria los nombres de los países, algunos de los cuales, como la URSS o Yugoslavia, ni siquiera existe ya.
Miraba el mapa mundi, y desplazaba mi dedo índice de la mano derecha a través de su superficie, y me podía ver en París, o incluso en Los Angeles … después de todo eran sitios que conocía, sólo gracias a la televisión.
¿Pero llegar hasta el Tíbet? No, mi mente no era capaz de vuelos tan audaces.